Desde que era muy joven he sentido cierta insatisfacción por el mundo "real", y ahora también por mundo "del alma" (por llamarle de alguna manera a la subjetividad de acercarse a las cosas). A esta sensación, desde mis mozos 15 años, le llamé "absurdo", y 15 años después me llamo a mí misma ridícula, porque el absurdo pasa a través de mi ridícula subjetividad y se convierte en algo bastante falto de lógica como... digamos, en unos zapatos de payaso.
Un día un payaso me dijo que ser un verdadero payaso no está en tener una nariz redonda y roja, ni siquiera está en sus zapatos ni en su maquillaje. Incluso ser payaso no es una convicción, sino un estado del alma. El disfraz, según me dijo, no es sinónimo de ocultamiento sino de liberación. Eso suena bastante poético, pensé, pero no pude evitar soltar una tímida carcaja. Al final de cuentas era un payaso quien me lo decía y no podía tomarlo demasiado en serio. Digo ¿quién toma en serio alguien que va por el mundo con una nariz de plástico y unos zapatotes? Lo más irónico es que no le causó gracia a él ¡a él que su función en la vida es hacer reír al otro a costa de su propia des-gracia!

En fin, pese a ese episodio debo decir que respeto enormente a ese gremio (el sindicatos de payasos me pidió escribir ese agregado a cambio de un curso de contragusto para principiantes).
Ese último paréntesis no es del todo cierto, porque me cobraron la cuota normal y hasta tuve que aprender a ser torpe, olvidar todo y no entender nada. Y la verdad es que me salió bastante natural.

Entonces... volviendo a aquello de los zapatotes. Ser un calzado no es en absoluto un estado del alma, sino el patético accesorio de un pésimamente justificado estado de la psique, que los payasos llaman alma.
Los zapatos son, en todo caso, el medio visual para mostrar con contundencia, y a través de la exageración, esa condición psíquica de hacer del ridículo la base de la existencia.

Un día un payaso me dijo que ser un verdadero payaso no está en tener una nariz redonda y roja, ni siquiera está en sus zapatos ni en su maquillaje. Incluso ser payaso no es una convicción, sino un estado del alma. El disfraz, según me dijo, no es sinónimo de ocultamiento sino de liberación. Eso suena bastante poético, pensé, pero no pude evitar soltar una tímida carcaja. Al final de cuentas era un payaso quien me lo decía y no podía tomarlo demasiado en serio. Digo ¿quién toma en serio alguien que va por el mundo con una nariz de plástico y unos zapatotes? Lo más irónico es que no le causó gracia a él ¡a él que su función en la vida es hacer reír al otro a costa de su propia des-gracia!
En fin, pese a ese episodio debo decir que respeto enormente a ese gremio (el sindicatos de payasos me pidió escribir ese agregado a cambio de un curso de contragusto para principiantes).
Ese último paréntesis no es del todo cierto, porque me cobraron la cuota normal y hasta tuve que aprender a ser torpe, olvidar todo y no entender nada. Y la verdad es que me salió bastante natural.
Entonces... volviendo a aquello de los zapatotes. Ser un calzado no es en absoluto un estado del alma, sino el patético accesorio de un pésimamente justificado estado de la psique, que los payasos llaman alma.
Los zapatos son, en todo caso, el medio visual para mostrar con contundencia, y a través de la exageración, esa condición psíquica de hacer del ridículo la base de la existencia.