¿Qué pasa con los gatos?

Siempre he querido aprender más de los animales, en especial de los felinos y específicamente de los felinos caseros, es decir, de lo que nosotros -bípedos parlantes- llamamos gatos.
Y permíteme explicarte, querida lectora, por qué es en esta especie en la que he centrado mi atención los últimos 15 años.
En primer lugar responderé a una pregunta que tú, mi lectora más fiel y más crítica me ha hecho muchas veces a lo largo de mi vida ¿Qué me ha llevado a envidiar tanto a esos felpudos mamíferos?
Yo siempre te he contestado que tendrías que cambalachear la palabra envidia por admiración y tenerme un poco respeto, pues yo soy la que logra concretar el supremo arte de llevar el pensamiento por el camino de la palabra, y tú no haces más que cuestionarme a cada rato.
Entonces... ¿qué me ha llevado a admirar a esos felpudos mamíferos?
Antes de contestar confesaré que la cercanía debe de ser el elemento fundamental para que yo pudiera observar el comportamiento de estos cuadrúpedos. Si nuestros obcecados antepasados hubieran domesticado, digamos, a los zorrillos, es muy probable que yo hubiera comparado a los humanos con los zorrillos y concluyera que nos parecemos sólo en la pestilencia que dejamos cuando nuestra carne se pudre y es agasajada por un grupo de felices gusanitos... igual que como le sucede al resto de los seres vivos del planeta, pero el resto -a excepción de los perros y esa subespecie conocidos como bebés- no suelen estár en nuestros regazos.
Así que... ¿Qué pasa con los gatos?
A diferencia de nosotros los gatos saltan. Sí, y antes de que critiques mi aforismo de segundo uso, aclaro que es en sentido figurativo, por aquéllo de los saltos en paracaídas, el salto con garrocha, la acrobacia y demás recreos.
¿Qué pasa con los gatos cuando saltan? Pues viven. Eso, lectora, es lo que he querido decir desde el principio. VIVEN sin abstenerse, saltan a los techos y observan los horizontes que les han sido tapiados con muros, superan la invisibilidad de la noche con su evolucionada vista, se burlan de la verticalidad del vértigo y de las alturas.
¿Nosotros? Nosotros ponemos los muros, y si no tenemos ladrillos y cemento, nos imponemos pretextos, imposibilidades, repeticiones, evasivas, calamidades, parapetos y repeticiones (uy, eso ya lo había dicho) y un sin fin de salidas para llegar al mismo lugar de siempre, al cómodo asiento donde las circunstancias nos arrastran, y nos autocomplacemos creyéndonos superiores a los camarones, a quienes decimos, con desprecio, que los arrastra la corriente.
Como si estuviéramos biológicamente incapacitados para levantar nuestro trasero de esa cómoda silla espiritual inventamos las huellas de dolor, la moral, los traumas de niñez y el melodrama... que existen, pero los utilizamos para no aceptar nuestra pusilánime naturaleza.
¿Cuál es mi punto? Desesperada lectora mía, permítame ponerte en contexto y para eso voy a hacer uso de un truco barato de todo escritor neófito, voy a citar a otro escritor igualmente atormentado:
"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió" J. S.
Nosotros, los bípedos parlantes, nos abstenemos para no equivocarnos, en términos gatunos, para no caer si queremos saltar muy alto. Y minutos más tarde nos lamentamos por no habernos atrevido mientras derramamos lágrimas de cocodrilo que nos enjuagamos con pañuelos ajenos para no inundar nuestra zona de confort.
Y esa situación tan deplorable, lectora, me da mucha verguenza.
Por eso, cuando veo a mi gata hacer lo que se le hincha la gana, no hago más que admirarla y envidiarla a la vez. Aunque claro, la veo desde mi acogedor sillón donde reposo mi trasero todos los días.
Espero le haya quedado claro, lectora, ya que tú eres la única que me lee, y si no existes, al menos sé que siempre estarás cuestionando mi escritura, porque somos mano que teclea y ojos que leen en un solo par de hemisferios cerebrales dentro de un cuerpo que aún procura respirar a través de estos soliloquios.
Siempre he querido aprender más de los animales, en especial de los felinos y específicamente de los felinos caseros, es decir, de lo que nosotros -bípedos parlantes- llamamos gatos.
Y permíteme explicarte, querida lectora, por qué es en esta especie en la que he centrado mi atención los últimos 15 años.
En primer lugar responderé a una pregunta que tú, mi lectora más fiel y más crítica me ha hecho muchas veces a lo largo de mi vida ¿Qué me ha llevado a envidiar tanto a esos felpudos mamíferos?
Yo siempre te he contestado que tendrías que cambalachear la palabra envidia por admiración y tenerme un poco respeto, pues yo soy la que logra concretar el supremo arte de llevar el pensamiento por el camino de la palabra, y tú no haces más que cuestionarme a cada rato.
Entonces... ¿qué me ha llevado a admirar a esos felpudos mamíferos?
Antes de contestar confesaré que la cercanía debe de ser el elemento fundamental para que yo pudiera observar el comportamiento de estos cuadrúpedos. Si nuestros obcecados antepasados hubieran domesticado, digamos, a los zorrillos, es muy probable que yo hubiera comparado a los humanos con los zorrillos y concluyera que nos parecemos sólo en la pestilencia que dejamos cuando nuestra carne se pudre y es agasajada por un grupo de felices gusanitos... igual que como le sucede al resto de los seres vivos del planeta, pero el resto -a excepción de los perros y esa subespecie conocidos como bebés- no suelen estár en nuestros regazos.
Así que... ¿Qué pasa con los gatos?
A diferencia de nosotros los gatos saltan. Sí, y antes de que critiques mi aforismo de segundo uso, aclaro que es en sentido figurativo, por aquéllo de los saltos en paracaídas, el salto con garrocha, la acrobacia y demás recreos.
¿Qué pasa con los gatos cuando saltan? Pues viven. Eso, lectora, es lo que he querido decir desde el principio. VIVEN sin abstenerse, saltan a los techos y observan los horizontes que les han sido tapiados con muros, superan la invisibilidad de la noche con su evolucionada vista, se burlan de la verticalidad del vértigo y de las alturas.
¿Nosotros? Nosotros ponemos los muros, y si no tenemos ladrillos y cemento, nos imponemos pretextos, imposibilidades, repeticiones, evasivas, calamidades, parapetos y repeticiones (uy, eso ya lo había dicho) y un sin fin de salidas para llegar al mismo lugar de siempre, al cómodo asiento donde las circunstancias nos arrastran, y nos autocomplacemos creyéndonos superiores a los camarones, a quienes decimos, con desprecio, que los arrastra la corriente.
Como si estuviéramos biológicamente incapacitados para levantar nuestro trasero de esa cómoda silla espiritual inventamos las huellas de dolor, la moral, los traumas de niñez y el melodrama... que existen, pero los utilizamos para no aceptar nuestra pusilánime naturaleza.
¿Cuál es mi punto? Desesperada lectora mía, permítame ponerte en contexto y para eso voy a hacer uso de un truco barato de todo escritor neófito, voy a citar a otro escritor igualmente atormentado:
"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió" J. S.
Nosotros, los bípedos parlantes, nos abstenemos para no equivocarnos, en términos gatunos, para no caer si queremos saltar muy alto. Y minutos más tarde nos lamentamos por no habernos atrevido mientras derramamos lágrimas de cocodrilo que nos enjuagamos con pañuelos ajenos para no inundar nuestra zona de confort.
Y esa situación tan deplorable, lectora, me da mucha verguenza.
Por eso, cuando veo a mi gata hacer lo que se le hincha la gana, no hago más que admirarla y envidiarla a la vez. Aunque claro, la veo desde mi acogedor sillón donde reposo mi trasero todos los días.
Espero le haya quedado claro, lectora, ya que tú eres la única que me lee, y si no existes, al menos sé que siempre estarás cuestionando mi escritura, porque somos mano que teclea y ojos que leen en un solo par de hemisferios cerebrales dentro de un cuerpo que aún procura respirar a través de estos soliloquios.
2 comentarios:
sublime... lleno de auchs y de ojos abiertos. Lo he leído a mi madre y lo que siguió fue un profundo silencio... silencio reflexivo, silencio creativo... silencio sin más.
Pola!
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